miércoles, 27 de febrero de 2008

Introversión

Estoy afuera de mi misma. Tengo que entrar, y echar el afuera de mi. Solo yo dentro. Yo y mis yoes. Sin contaminación.
Me concentro y polvo de fantasía se eleva del suelo. Nubes de polvo suspendidas en el aire, brillan ante mis ojos.
Acabo de echar en mi atmósfera interna mi propio veneno, mi placer, mi salvación. Mi juego.
Suspiro. Mis brazos expresan mi relajación creciente; cuelgan laxos a mis lados, entrecierro los ojos y al arrullo de las imágenes que comienzan a fluir en mi, susurro entre dientes: te venceré.

Sí. Algo hay para vencer. La Ley de gravedad por ejemplo. La Ley de la gravedad en sus dos caras. La ley que dice que tengo que caer, limitarme a la tierra. La ley que dice que tengo que < ser > seria. Y una tercera. La Ley de Gravedad para mi, un tema de gravedad por su imposición. Gravedad que me lastima, me aprieta.. circunscribe mi alma a algo equivalente a un monoambiente, en lo que a casas para almas se refiere. Pero mi alma quiere ser amplia, y se debate. A veces llora y tengo que consolarla con promesas y pruebas de que todo va a ser como ella quiere. Un día le digo, corriendo una cortina imaginaria detrás de la cual aparecen los sueños hechos realidad, vivientes: las cosas serán así.

Tengo callos en el alma.
Me aprieta el zapato.

Me contaron de historias de almas con juanetes. Se deformaron de tanto hacer fuerza...alguna ventana de su casa dejo salir un poco..y ahí está. Un juanete en el alma.

Otras vienen malas de fábrica. Esmirriadas, miserables. Almas mezquinas, arrugándose contra sí mismas, bostezando mientras se quejan de cualquier movimiento al que las obligues. Duermen mucho estas almas. Y son opacas. Grises y como manchadas de rojo vino.

Alguna vez conocí una verdadera alma en pena. Nunca supe porqué penaba tanto. Pero era impresionante de ver. Exudaba algo con olor rancio, pegajoso como chocolate.
Los amantes del drama la invitaban seguido. Pero siempre amargaba un poco las veladas. Secretamente, amaba hacer pública su desgracia.

Tuve la suerte, una tarde oscura de lluvia, de conocer un alma extraña. Esperaba que amainara la tormenta debajo de un toldo rasgado. La calle estaba desierta, el ruido de las gotas era por momentos ensordecedor. Alguien envuelto en un elegante piloto se había acercado a mi. Me miro directo a los ojos unos segundos.
Luego dijo muy tranquila, que esperaba no me molestara que compartiera mi refugio. Sonreí al instante y hablamos largo rato, aún cuando solo caían livianas gotitas. No voy a dar detalles. Sólo diré que era única y brillante. Genuina y surreal.

Muchísimas veces tuve que tratar con almas prácticas. Almas como detectores, que sólo posan su mirada en la tierra. Almas que saben hacer las cosas. Almas que para decir una cosa sin importancia, dan mil y una vueltas. Y en ellas (en las vueltas) me pierdo.

Almas violentas.
Las almas violentas me abruman. Puedo ver esta fuerza poderosa y negativa buscando el estallido, la oportunidad de ser liberada para herir. Son almas injustas. Me retuerzo ante estas. Las odio y les temo. Acongojada me recojo en un rincón, esquivando observarlas.
A veces imagino que solían ser almas muy sensibles, que enfermaron de tanta sensibilidad.


Almas racionales.
Almas objetivas y distantes. Estas almas me fascinan, me repelen. Las necesito cerca mio.

Almas que no entiendo.

Me extravíe entre tantos mundos. Ahora las veo, en el plano abstracto, sobrevolando como colores, dejando una estela, conformándose una gran entretejido que es el cosmos. Almas, mundo.

Y uno puede sentirse vacío.
Aun.

El desierto de noche, retorna a mi.
Las dunas claras; el llamado atemporal de mi propia alma.

Soy lo que fuí, seré lo que soy. Siempre es igual.
Camino arrastrando los pies. Estoy cansada. Pero hay tanto silencio y tantas estrellas. Es hermoso.

Tan hermoso que me llevo las manos a la cara. Y lloro.

En algún lado existo de otra forma.
Algún grano de arena tal vez fue un amigo.
Otras vidas. Otros mundos.
O una joven ensoñando, creandolo todo.

Todo esto.

Me retuerzo como un gato. Nadie sabe dormir como un gato.

Con las manos bajo la nuca, yaciendo en la arena, observo el cielo con agujeros de estrellas. Son diamantes. Rasgaron el manto del cielo y cuelgan. El sol se fue tras el manto y las hace brillar.

Me voy adormeciendo.

Soy.
Qué cosa.

En estado de vigilia, me respondo: parte del mundo.
Ya dormida: pero y yo?