miércoles, 23 de marzo de 2011

Día de lluvia

Los días de lluvia son días de magia, días que lavan todos los otros, y los malos humos y humores de días pasados. Despejan el aire, la tierra, hasta las baldozas de la calle.

Entonces los días de lluvia son días especiales. No pueden transcurrirse como cualquier otro día.
La magnitud de la tormenta delata cuán sucio andaba el mundo por aquel entonces.

Cuánto más muecas desgraciadas se encuentran en el transporte público, más seguro puede uno estar de que la tormenta barrerá con árboles y carteles. Si la ira caracterizó las semanas previas, entonces será una tormenta eléctrica. Si la vida general transcurrió con pequeños acontecimientos agridulces, será sólo una llluvia fina y dulce.

Decía entonces, que un día de lluvia, no es posible vivirlo como cualquier otro. Uno generalmente, no se si te diste cuenta, vive en dos planos. Uno el real, en el que sólo vivimos instante tras instante, dejando atrás nada más que imágenes y reacciones e historia plasmada en nuestro cuerpo y espiritu. En el virtual, aquel en el que comunmente pasamos más tiempo concentrados, vivimos el pasado reciente, un presente puente entre pasado y futuro y un futuro especulado que creamos continuamente.

Por todo esto, lo más probable es que un día de lluvia, no sea posible escapar a una rutina, dodne desde el momento de levantarse uno ya esté "reenganchando" su mente con lo ocurrido el día anterior y lo que asume ocurrirá.

Entonces, nos subimos al colectivo con la misma mentalidad que cualquier otro dia y no notamos el viento fresco, la lluvia golpéandonos con mayor o menos suavidad, tratándo de hacernos volver en nosotros, no.

Nos subimos al colectivo con mal humor, que muchas veces ni siquiera es nuestro, si no convención. Uno debe enojarse un poco si se moja, un día de lluvia. Porque lo que corresponde es andar vestido por la vida, seco, mirando el reloj de vez en cuando, trabajar, no mancharse con barro ni con comida a la hora del almuerzo, tener las uñas cortas, tener trabajo, y esto, repetido en un infinito hipotético, detenido a pesar nuestro por el deceso inevitable, y donde cualquier cambio de situación significa un drama seguro, un colapso, un desastre, un...ataque de nervios.

Una lluvia. Finita. Vamos señor, es como para andar con esa cara??
Un poco de agua que viene del cielo...!

Viene del cielo!!

Lo pensó?
Ud seguramente no anda mucho por el cielo, tal vez ni siquiera ha volado ni una vez ni subida a una montaña rodeada de nubes....

Y ahí mismo, sobre su cara amargada y nerviosa, tiene un epqueño hijo caido desde las mas especulares alturas, desde el lugar más extraño que pueda imaginarse (porque el cielo, al menos desde los aviones, parece ser un lugares verdaderamente silencioso o extrañamente calmo e infinito...a veces caprichoso) para terminar sobre ud. Tal vez incluso sobre una desagradable berruga suya, o sobre su cabello mal peinado, mal querido, mal,..,...mal humor!

Su mal humor, Señor, permítame decirle, es ni más ni menos que el síntoma de cuánto se ha alejado de la perspectiva real de las cosas, de la lucidez de un niño. Ud podrá conocer más de la vida...qué trámites hacer para el afip, cómo deroga una ley un gobierno latinoamericano a diferencia de uno europeo, cuánto puede doler un mal de amores o la falta de amor, cuánto cuesta una casa....pero se ha perdido en medio de tanta información, toda similar entre sí, e igualmente irrelevante. O tal vez, simplemente específica.
Ud no puede pasar el total de su vida inmerso en esas cifras y "realidades"....

Donde se ha dejado a si mismo?

Por eso Señor...no ponga mala cara. Respire el aire de lluvia.
Limpiese.
Desee la gracia de poder mantener una flexibilidad espiritual tal que le permita volver a la real perspectiva de las cosas, a acercarse lo más posible a la esencia.
Y entonces, serña automático!!

Ya no tendrá mala cara!

viernes, 18 de marzo de 2011

Vidas anteriores de personas que conozco.

Resabios de tirano de tribu. Metiendo las narices en todo, impartiendo de acuerdo a tu parecer, casi en pelotas y con unas hojas cubriendo tus pudientes partes, andabas por la tribu. Agitabas tu lanza con risa o con gritos salvajes si alguien se retobaba, y tus ojos y la espuma que expedía tu boca furiosa, bastaba para que el rebelde reculara y bajara los ojos. Un gran padre, un poco déspota a veces, pero cariñoso como un gatito, así fuiste en una vida anterior y lejana. De día encabezabas las expediciones de caza, no porque debieras sino por placer. Disfrutabas medirte con las bestias y a veces te exponías sin necesidad, pero la suerte te tenía como favorito y tu risa se oía alrededor del fuego cada noche, cuando tus hazañas eran ensalsadas un poco y otro poco disminuídas para molestarte. Porque si bien eras fuerte y respetado, también aceptabas bromas, siempre que no tuviesen mala fe. De noche, te acurrucabas junto a tus dos cachorros y tu mujer, que dormida antes que vos, calentaba tu piel y tu corazón en la fresca noche. Algún ronquido te despertaba de vez en cuando, y sólo una vez debiste salir fuera por un rugido que se había dejado oir demasiado cerca.

Fue una vida alegre y felíz, simple y plena.

Luego pasaste a otro cuerpo.