jueves, 22 de noviembre de 2007

Melancolía

Qué se, qué no se, qué quiero, qué no quiero. Para mi madurar es elegir y hacerme cargo de mi vida y con mis herramientas hacer, tratar de cambiar cosas. Andate a...a nada, porque atardece y me desinflé. Fluyo débilmente, me vuelvo parte de la tarde, serena. Muero un poco, creo. Pero es este en realidad, mi estado natural. Aunque mis colores son intensos y brillan, no se imponen, ni quieren. Busco esconderme; o más bien esconderme del contraste grotesco -para mi grotesco-. Me impulsa el formar parte del transcurrir de las cosas; solo a ese movimiento anhelo pertencer.
No te vayas a la mierda, pero sabé una cosa: hacía tiempo que nadie despertaba en mi e anhelo de acoplarme al mundo de otro. Es una pena. Y bastante, un dolor.
La tarde acontece, me siento bien aunque débil. Toda mi vulnerabilidad afloró en una charla y recorre mis circuitos vitales. Sin energía agresiva "assertive" sería el término exacto, se ha desvanecido dejando una estela de perfume penetrante tan solo. Tan sola me siento ahora, aunque no me molesta. Sola estoy cómoda. Me tiró un saludo, desfasado desde su auto. Ojalá no se hubiera ido. Ojalá me quisiera. Qué débil esta palabra, " querer". Ojalá me deseara con locura, ojalá pensarme le estrujara el mundo dentro suyo.
Pero no es. No tengo ganas de encontrarme con x y escucharlo hablar eternamente.
Todos quieren ser escuchados. Y a mi quién me escucha? Yo me escucho. Y por eso cuesta contenerme. Tanto para decir limitado a un sólo corazón y cabeza. Quiero estar en mi cama, tirada unos minutos para levantarme de un salto alegre y decidir algo. Y hacer algo. Voy a fumar otro cigarrillo del que me voy a arrepentir. Voy a contar otro cuento melancólico. Quiero un cuento. Uno de esos que contagian, que llenan de ganas. Quiero sentirte, magnético cerca mio. No me basta el tiempo para llenarme de eso que necesito de vos. Tu presencia. Qué cursi.
La luna. Esta ahí, arriba. Y yo acá abajo, la miro. *Por qué?* Qué paz hay acá. Pensar que en otros momentos estar acá era no tener paz. Ser tan sensible es estúpido. Irremediable. Perverso en consecuencia.
Ser tanto en tan poco cuerpo. No es que sea tanto, es que sueño ser tantas cosas; son mis sueños los que ocupan espacio. Un espacio que no tengo. Sueños que no comunico. Y entonces, salen de mi. Estoy permentenmente exudandolos como vapor mágico, deforme ya -si es que el vapor puede serlo- por no haber tomado un cauce. Y me enveneno en mi propio ambiente. Yo también puedo ser una de esas víboras que se van comiendo asi mismas hasta desaparecer. Me salva el sentido común. Quiero un grupo.Mi viejo grupo del barrio que se desintegró. Amo estar en un grupo. Donde se me conozca, dnde esté todo bien. Donde pueda estar callada disfrutándolos o ser yo y decir lo que quiera. Me voy a contar un cuento.
Había una vez. Yo, no se cómo, había logrado conquistar eso que tanto deseaba. Y eso que yo había conquistado, se había entregado a mi por completo, y lo poseía por propia voluntad, y por entero. Era mio, finalmente. Como nunca lo había sido de nadie. Estamos en un campo. Cerca de un alambrado, echados junto a un árbol de raíces profundas y plenas de curvas y recovecos. Atardece, ya casi oscureció. Es Primavera. Apoyada sobre él, juego con una de sus manos. El está felíz, no piensa. Y yo, hago lo que más me gusta. Formo parte del tiempo. Poseo al tiempo y él me posee y ya no hay conflicto. En ese lugar, en ese momento, somos todos una misma cosa. Partes indvisibles de la existencia, del mundo. El me atrae a sí, un beso. Profundo suave. Intenso. Vibra en cada fibra de mi ser. Eso es plenitud. El cero absoluto pero donde todo vive y palpita. El silencio, el viento, el pasto, los insectos movilizándose, la luna. Un pacto cósmico, una gran tregua. Tregua al fin, aunque se un momento.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Tarde

Blanco.Blanco y rojo (el mantel, mi remera. En orden inverso). Un perfume de hombre mayor. De hombre más hombre que muchos de los que conozco. Charlas, caras. Dos sombrillas a mi lado, entre las que puedo ver el parque. La temperatura del aire exacta para que sea una tarde esplendida. Mi cuerpo no pierde calor ni transpira. Una pareja atractiva, 54 él, 50 ella? o menos. Delgados, acicalados. Ella tostada, él de traje.Discuten levemente, se miran enojados. Alguna cotorra pega un grito estrepitoso y vuela; me hace recordar el zoológico. Me encantaría lavarme las manos; las siento sucias y pegajosas por las medialunas. Pero si me levanto tengo que llevar mis cosas conmigo. Estoy en una mesa de afuera y en Buenos Aires, lo que significa riesgo de hurto. Y estoy 100% haragana. El auto que arrancó y se fue dejó un olor extrañísimo y horrible en el aire que poco a poco se disipa. Qué. qué.qué.
Pasa el tren, pasa un gato que va derecho a una paloma que vuela espantada. Espantada en dos sentidos.
Lo más dulce de mi aguarda sereno. Confía en que llegará un día en que pueda volcarse sobre alguien. Mientras estoy acá, escribo. Pienso que soy cursi, avejentada. 24 años! 24 años cumplí hace unos días. Las palomas hacen equilibrio en las columnas del toldo recogido que hay sobre mi. Nadie les presta atención. Hasta que alguna cague en la altura y bendiga la ropa de algun cliente con un residuo diluido de sí. Una manchada y renga se acerca confiada.
Dos mujeres con cuatro niños. Me preguntan si pueden correr una de las sillas que están en mi mesa. Parlotean entre los gemidos de capricho. Sonríen maternales. Maternales. Quiero viajar, quiero aventura. Quiero riesgo, zafada a tiempo, amores intensos y transitorios, musculos tensos, ojos llenos de visiones, perderme en la multitud y ser más fuerte que nunca.
Tengo 24 años.
Algún vendedor de pochoclo sacude una campana en el parque. Pasa otro tren. Pienso en cuánto más tardará alguien en mandarme un mensaje.
Me imagino de repente galopando a caballo. El sonido real, pero yo en cámara lenta. Por alguna razón o por ninguna hace días que me imagino eso, repentinamente, en distintos momentos. Galopando en el espacio, pero sin tiempo.
El tiempo no existe.
Hay olor a dentista otra vez: a torno que quema, que fricciona a muchísimas vueltas por segundo un diente que se pulveriza.
Qué hago, qué hacer. No pensar. Un caballo, eso quiero. Volar con él en el atardecer naranja y amarillo con sombras incipientes. Yo, desintegrándome en el viento junto con mi caballo, apareciendo o desapareciendo, integrándome a las sombras, al pasto, a la tarde.
Desapareciendo.
Se levantó una brisa tenue pero fresca. Me voy. Me fuí.