domingo, 4 de noviembre de 2007

Tarde

Blanco.Blanco y rojo (el mantel, mi remera. En orden inverso). Un perfume de hombre mayor. De hombre más hombre que muchos de los que conozco. Charlas, caras. Dos sombrillas a mi lado, entre las que puedo ver el parque. La temperatura del aire exacta para que sea una tarde esplendida. Mi cuerpo no pierde calor ni transpira. Una pareja atractiva, 54 él, 50 ella? o menos. Delgados, acicalados. Ella tostada, él de traje.Discuten levemente, se miran enojados. Alguna cotorra pega un grito estrepitoso y vuela; me hace recordar el zoológico. Me encantaría lavarme las manos; las siento sucias y pegajosas por las medialunas. Pero si me levanto tengo que llevar mis cosas conmigo. Estoy en una mesa de afuera y en Buenos Aires, lo que significa riesgo de hurto. Y estoy 100% haragana. El auto que arrancó y se fue dejó un olor extrañísimo y horrible en el aire que poco a poco se disipa. Qué. qué.qué.
Pasa el tren, pasa un gato que va derecho a una paloma que vuela espantada. Espantada en dos sentidos.
Lo más dulce de mi aguarda sereno. Confía en que llegará un día en que pueda volcarse sobre alguien. Mientras estoy acá, escribo. Pienso que soy cursi, avejentada. 24 años! 24 años cumplí hace unos días. Las palomas hacen equilibrio en las columnas del toldo recogido que hay sobre mi. Nadie les presta atención. Hasta que alguna cague en la altura y bendiga la ropa de algun cliente con un residuo diluido de sí. Una manchada y renga se acerca confiada.
Dos mujeres con cuatro niños. Me preguntan si pueden correr una de las sillas que están en mi mesa. Parlotean entre los gemidos de capricho. Sonríen maternales. Maternales. Quiero viajar, quiero aventura. Quiero riesgo, zafada a tiempo, amores intensos y transitorios, musculos tensos, ojos llenos de visiones, perderme en la multitud y ser más fuerte que nunca.
Tengo 24 años.
Algún vendedor de pochoclo sacude una campana en el parque. Pasa otro tren. Pienso en cuánto más tardará alguien en mandarme un mensaje.
Me imagino de repente galopando a caballo. El sonido real, pero yo en cámara lenta. Por alguna razón o por ninguna hace días que me imagino eso, repentinamente, en distintos momentos. Galopando en el espacio, pero sin tiempo.
El tiempo no existe.
Hay olor a dentista otra vez: a torno que quema, que fricciona a muchísimas vueltas por segundo un diente que se pulveriza.
Qué hago, qué hacer. No pensar. Un caballo, eso quiero. Volar con él en el atardecer naranja y amarillo con sombras incipientes. Yo, desintegrándome en el viento junto con mi caballo, apareciendo o desapareciendo, integrándome a las sombras, al pasto, a la tarde.
Desapareciendo.
Se levantó una brisa tenue pero fresca. Me voy. Me fuí.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

tenes 24, yo estoy casi por los 22, el tiempo se pierde
escribi un libro ya

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con Marce..
Flor yo compro el primero!!! te kero amiguis..

Anónimo dijo...

:) son unas bombonas

flor

Mar dijo...

flor donde quedo esa idea de hacer un espacio interactivo con todas las artes en galpones que tuvimos con ber en invierno del 2006?