viernes, 4 de junio de 2010

Absolutismo del delirio

Energia loca. La energia en mi se transforma en actuacion, estallido de alegría loca e irreverente. En un instante decir una grosería sumamente grotesca con un toque de ternura, al otro ser cínica, y hacerlo creer, después deshacer el suelo, hacerlo trizas a mazazos de indiferencia atea y soplarlas enfrente de unos ojos, aunque más no sean inventados por mi (sin espectador el juego pierde una parte de su gracia). Unos segundos más tarde, las palabras más derechas, más justas, rebosantes de integridad y el piso, se recrea duro e inamovible...locura, locura, caos, un juego interminable de máscaras y ruidos y colores, y símbolos y placeres cambiantes y cortos.

Y lo mismo me pasa escribiendo.

Escribo.

Una mano sostiene una pequeña red que sumerge en una pecera. Dos peces rojos nadan inquietos. Uno de ellos queda atrapado y es volcado dentro de una bolda de mylon con agua. Mira sin expresión con los ojos sin parpados al otro que ha quedado en la pecera.
El llanto es algo que los peces experimentan como ondas eléctricas y azules que los asaltan dolorosa y rítmicamente.

Para un pez, llorar es una especie de picana. Una tortura. Porque están rodeados de agua. Y porque no tienen párpados. Entonces, la naturaleza les dio un llanto sufriente de otro modo.

El pez rojo que se eleva en su bolsa, en manos de un hombre, tiene una panorámica del lugar. Ha vivido allí desde su ingreso a la pecera, siendo un bebépez. Pero nunca antes lo había visto todo.
No lo he dicho, pero es un pez de proporciones generosas, es un pez GRANDE.
Suficientemente grande como para generar un miedo sin sentido, sutil.

Y aquello que el pez ve, son las veintenas de mesas del resto Japonés TOKK-YO, en la luminosa calle principal del barrio chino (no japonés) de Belgrano, Cap. Fed, Argentina. Y, quien aún aletea con su correposndiente tristeza-picana es el AMOR de su vida. De su hasta ese momento más bien invariable y serena vida. Vida que ahora está totalmente fuera de su dominio.

Pez rojo recuerda por un segundo cómo, recién llegado a la pecera, temeroso, vio por primera vez a ese otro bebépez que se le parecía. El extraño lo observaba escondido desde atrás de unas algas de plástico (con cofre pegado y buzo petrificado de ojos de vidrio-escafandra). El extraño era "ella". Roja y tan chiquita como él mismo. Tal vez sólo algo más asustada que él.

En ese instante, su prisión de nylon se agita con fuerza. Pez abre más los ojos, si es que eso es posible, y ve a un humano con gorro alto y blanco, revolviendo una cacerola enorme. Huele feo. Tan feo que atraviesa los poros del nylon y Pez puede oler también. Huele....huele a pez muerto. A PESCADO.

HORROR. El corazoncito acuático de Pez, por un segundo trata de visualizar recuerdos viejos y lindos, de no pensar en los huevos puestos por Pezroja en la pecera, hace tan poco, pero no. Entiende que es vital estar ahí, en ese instante, aceptarlo. Pensar como pez, para tratar de escapar.


Pero los peces no piensan.


O eso creyó otro humano estúpido, como el cocinero. Entonces, ocurrió lo impensable.
(Por eso todavía estoy pensando). Y por eso, aventuro una explicación.


Ocurrido y explicación de lo ocurrido (todo en el orden que me caracteriza, es decir todo junto y traspuesto y yuxtapuesto y pegado con moco):

Una sra. gorda y de vestido de flores con olor a viejo, tiene un ataque de ego. El ego viene y PUM la ataca. Le dice: "Marisa, Ud. vive en Belgrano desde hace coo 60 años, o sea, cuando solo la gente de cultura vivía acá, por lo tanto, no podés permitirte que este chino inmigrante e ignorante, te traiga un pescado que no pediste. Y si vos pediste pescado ROJO no pueden traerte GRIS. Y que no traten de hacerte creer que era rojo, si ves la piel que está abajo."

La sra Gorda con su mirada alienada de orgullo, mira sin ver al mozo japonés nacionalizado, y le escupe groseramente algo que se resume como "no me voy de acá si no me dan pez rojo y si no caigo con bromatologia y el club de los derechos del consumidor". El mozo le explica que él entendió que "Señola quelel pes glis, el decil que pez lojo no habel", pero no hay caso. A la sra. no le importa y su ego divertido la azuza para que además, le de bronca.

El mozo vuelve cabizbajo y en oriental expresa los inconvenientes al chef, que anda blandiendo un cuchillo enorme 50 cm por encima de su cabeza, y lo deja caer con furia contra una maderam cortando una trucha inmensa en dos.
El cuchillo se clavó en la madera; el chef resopla fuerte, y levanta la mirada clanvandola en los ojitos temerosos y expectantes del mozo.

Luego mira para abajo. "Ma´sii" dice en equivalente oriental. "Agarralo a Sumi o a SUmien."

El mozo mira para abajo asintiendo.

Sumi y Sumien son nuestros protagonistas rojos. El dueño los llevó allí desde que su novia japonesa lo dejara. Habían sido un regalo de ella. En una capricho femenino e irracional, ella le había dicho una tarde: "tómalos bueno para nada. Si no los alimentas hasta que tomen el tamaño de un zapato de payaso TE ODIARE TODA MI VIDA, IMBECIL." Y calzándose un par de tacos infimos, se dio media vuelta, tomó la tarjeta de crédito de el pobre de Yu-MUN (dueño) y se fue de shoping.
(Porque tengo entendido que a pesar de tanta espiritualidad a oriente el capitalismo le pegó con fuerza, y entonces cuando palian sus vacios a través de actos materialistas resultan más evidentemente tontos que si los ejecuta una yankee gorda o una sra paqueta en Patio Bullrich)

En fin. Como era de esperarse ella lo dejó por un rico empresario coreano que conoció a través de él, y Yu-Mun, triste por la traición y su renovada soledad, llevó los pececitos a su restaurante.
Los alimentaba con paciencia oriental cada mañana, y los observaba comer el etereo alimento hasta no quedar nada. Yu MUn entendía, presentía, el amor que unía a ambos pececitos. Había visto cosas. Gestos de amor entre ellos. Jamás lo comentó a los otros para no parecer loco. Pero sí sabían todos, que esa pecera no se tocaba, a pesar de constituir ambos pececitos,un mítico plato japonés por el que en algún momento, se habían hecho conocer.

Hecho el trasfondo de la situacioón, volvamos al asunto. "Ma´si" dijo el chef, "Agarra uno de esos dos" y acá viene el mozo con Su mi en una bolsa, viendo el fin acercarse. Y agrega "el dueño no va a darse cuenta". Pero el chef es nuevo, y no sabe CUANTA CUENTA SE DARIA EL DUEÑO. Pero el mozo teme al chef,a la Sra y a unas cuantas cosas más. Y como es propenso a la angustia, calla y obedece (con martirio de oriental que se hace un harakiri porque le tocan el honor, esa cosa que ni forma tiene.)

En fin.
Esta por entregarle la bolsa llena de agua y de Su MI y su pavor, pero un estruendo horrible de cien platos cayendo desde el techo los sobresalta. El mozo corre despavorido al salón dejando la bolsa en la mesada. El chef con el cuchillo en lo alto también se detiene y deja todo corriendo a husmear.

En el salón el ego de la sra sigue creando situaciones grotescas. La sra. se ha levantado impaciente, porque tampoco le parece digno de su persona tenes que esperar tanto luego de semejante atropello, asi que no ha visto la pequeña mesita con vasitos de sake que estaba allí nomás. Al tropezar con ella ha caido de lleno en una mesa de ocho, haciendo volar todo por los aires (tal era el impetu conque la Sra iba a la caja y tal el peso de la sra).

A todo esto, SU MI recuerda algo. Una vez, Yu MUn, observandolos a ambos, la cara muy cerca del vidrio de la pecera, dijo "He oido una leyenda que me ha picado la curiosidad. Es la historia de SuMi y Sumien. Era dos espiritus indomitos que se amaron desde niños con una intensidad y veracidad que superaban sus humanidades. Según se dice, los dioses envidiosos de semejante amor, decidieron separarlos. Desde entonces, están condenados a vivir juntos solo momentos de su vida, hasta vovler a encontrarse en la próxima vida. Y con suerte, que cada uno acabe con su karma al mismo tiempo, para partir juntos a la Fuente. Pero, se les ha otorgado, en una vida de todas, lograr un milagro para librarse de las distancias y mantenerse juntos. Solo una vez en su historia" . Yu MUn los miraba desde sus ojitos rasgados y serenos. "Los bautizo-dijo entonces, solemne- Su Mien y Su Mu"

Su MI hace fuerza. Plop. Ruido a caca que sale a presión en agua. No, la fuerza tiene que estar en otro lado. En el fondo sabe. Esta vez me tocó pez, y por lo tanto mi fuerte no es la mente -habla el espiritu de SuMi desde el fondo de su cuerpo de pez-. A ver....
Los ojitos concentrados de Su MU brillan extrañamente y de repente....de repente un par de alas de cuervo brotan desde sus aletas costales, y un pequeño y afilado pico, crece sobre sus narinas.

Veloz como un rayo, pica la bolsa, la abre del todo y vuela hasta la pecera. Allí se deja caer, las alas desaparecen frente a los ojos abiertos como siempre de Su MIen, que lo miran repletos de amor azorado, y en el fondo, Su MIen que asiente.
Desde afuera, probablemente hubiese podido verse, a ambos peces, uno frente al otro, extaticos. Enamorados. Ah..la fuerza del amor.

El mozo y el cheff llegan riéndose orientalmente, disfrutando del bochorno de la Sra, y de que se ha ido sin pagar y sin pez rojo. El mozo riendo le explica que menos mal, porque el dueño los hubeira matado, porque...y en eso caen en la cuenta de que la bolsa no tiene más pez rojo. Miran el piso: nada. Le preguntan a la cajera y a la otra mesera: nadie lo vio. Camino a llevar un plato, el mozo ve a Su Mi y Su mien. Se rasca la cabeza y recuerda la leyenda. Rapidito se va a servir el plato. Mejor no preguntarse demasiado ciertas cosas.

Otra explicación podría ser, que la mesera, la joven Martina de Martelli, haya pasado por ahí, haya visto el pez con cara de nada, gigante y medio fuera del agua, y lo haya llevado con sus manos hasta la pecera. Un poco por compasión, un poco para ver qué se siente tener algo tan resbaladizo grande y venerado por el melancólico dueño del lugar en las manos.
Y por embromar, nomás, no haya dicho nada cuanod el mozo le preguntó.





Para el otro goma, que como yo, tiene frases muy gomosas para cada ocasión. A vos Juancito

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